Las ciruelas del mogote (Leyenda)

La Ciruela del Mogote: es un fruto silvestre que crece en esta parte de la república sobre todo en el cauce de los arroyos. Hay quien dice que las más sabrosas son la que se encuentran sobre los arroyos del Piojito y del Cajoncito, son de color amarillo cuando ya estan maduras, tanto en la cáscara como en la pulpa. Hay que comerlas cuando están maduras, pues son agridulces. En su interior mantienen un hueso al que le dicen CHUNIQUE en cuyo interior tenemos una almendra, la que a muchos niños les encanta.

A los cargadores del antiguo muelle fiscal les decían los CHUNIQUES, ellos se dedicaban a bajar y subir la carga de los pequeños buques que llegaban a este muelle antes de que llegara el FERRY. este muelle se encuentra en el malecón, y a un lado se encontraba un galerón donde estaban las oficinas de estos cargadores, esperando la llegada o salida de los buques. Cruzando la calle se encontraba la Aduana Maritima de La Paz en una casona vieja que perteneció a la familia Ruffo. (ahora hay una nevería y un restaurante)

Cuenta la leyenda que estas CIRUELAS DEL MOGOTE solucionaron un gran conflicto entre los Guaycuras, que eran los indígenas que habitaron esta parte de la península. Esta tribu estaba conformada por varias familias que tenían su propio nombre. En la zona del Mogote estaban las familias de los Guamichis y los Aripas que continuamente se peleaban por defender los límites de sus propiedades.

Hubo cierta ocasión donde los Aripas lograron capturar a la hermosa hija del rey Guamichi, ella se llamaba INMIGNÁ. Su padre muy desconsolado envió varias embajadas para suplicar que se la devolvieran, pero todos sus esfuerzos fueron inútiles, ya que el rey Aripa no la quiso devolver. Como último recurso se le ocurrió enviarle al rey Aripa, gran cantidad de las ciruelas que crecen en el Mogote dentro de un gran caparazón de Caguama. Todo el pueblo de los Aripas comieron de estas ciruelas y le dieron de comer de ellas a su hijo, tanto le gustaron las ciruelas al joven, quien fue el encargado de llevar a la princesa Guamichi de regreso a su casa que este se quedo a vivir con ella dentro de esta familia Aripa.

La lleyenda trae como colorario, que todo aquel que come CIRUELAS DEL MOGOTE, se queda a vivir muy bien casado en esta región.

 

Ciruelas del Mogote

Por: Darío Augusto Luna

El pasado fin de semana, cuando platicaba con mi vecino, recordé la típica frase con la que gente de Baja California Sur recibe al foráneo: “si comes ciruelas del Mogote, ¡ni modo! Ya te quedaste. Aquí vas a pasar el resto de tus días”. Los de afuera cuando escuchamos esta afirmación, respondemos flagrantemente: “¡ni loco me quedo aquí!”.

¿Cómo es que este lugar “aislado” de la mayoría de los estados,  es capaz de cobijar tanto a las personas de fuera y nos hace enamorarnos de su tierra al grado de defenderla como si fuera nuestra?.

Hace muchos años que, simplemente esta tierra y su gente no me han permitido partir. Lo que a mi llegada fue: “Qué aburrido parece este lugar”; se convirtió en: “qué tranquila es mi ciudad”. Lo que en su momento renegué: “este calor es como el mismísimo infierno”; se convirtió en frases como: “este calorón está especial para ir a la playón”.

Lo mucho que injurié: “estos paceños se pasan de carrilludos”; se tradujo en horas de risas y carcajadas, escuchando a los “carrilludos del barrio” y a los Huizapoles por ejemplo, que al principio hablaban prácticamente en otro idioma para mí. Y qué tal esa mirada que le echamos a los cerros y, después de mirarlos pelones, pensar: “qué tristes lucen así, sin vida”. Al poco tiempo con otra mentalidad,  el paisaje se transformó para mis ojos, en el lugar donde el desierto y el mar se juntan.

Es casi imposible no enamorarse de Baja California sur. Como mi vecino que esa tarde, sin preguntarle absolutamente nada, sacó debajo de una mesa de su casa, un cofre estilo pirata, donde guardaba sus más preciados tesoros: unas antigüedades sudcalifornianas. Tales como unas monedas de 1870 y una especie de publicación periodística que llegaba en barcos desde Inglaterra allá por comienzos de siglo, relató. Al sacar las antigüedades con gran emoción comenzó a relatarme historias de esta tierra.

Me platicó que según su idea, el nativo sudcaliforniano es aguerrido, explosivo y territorial ante las amenazas. Pero a la vez noble, amante de sus raíces y un anfitrión insuperable. Con mucho entusiasmo escuchaba sus anécdotas y él aprovechaba para plantearme teoría; decía que lo inhóspito de este territorio,  había formado ese carácter muy característico del sudcaliforniano.

El señor tuvo tiempo y oportunidad para platicarme muchas historias. Historias que no se encuentran en un libro de texto o de historia. Esas historias que por lo fantásticas que son, deben ser transmitidas así, de persona a persona.

Cuando él hizo una pausa en sus relatos, aproveché para preguntarle, de qué parte de Baja California Sur provenía. Lo sorprendente fue escuchar que había nacido en Obregón, Sonora y que hacía 20 años que había llegado este lugar, para no irse jamás. Entonces comprendí que somos muchos los adoptados por este hermoso lugar llamado Baja California Sur.

Esta tierra es rica en su naturaleza pero lo es más en su gente. Una prueba de esto es  lo que logran todos cuando se unen para cuidar su naturaleza. Cuando juntos protegen sus playas y sus arrecifes. Y cuando hombro con hombro se unen para defender aguerridamente su tierra que tanto quieren y nos enseñan a querer.

Ese es el principal tesoro de este lugar. Aquí nació mi hija y aquí espero poder verla crecer, si Dios lo permite. Y al igual que mi vecino, confieso que aún, no he comido las mentadas ciruelas del Mogote. Y veo que no es necesario. Las ciruelas del Mogote que tanto platican, me doy cuenta que en realidad significan el calor de la gente sudcaliforniana.

 

 

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